Me gustan los mitos. Específicamente los griegos. Las explicaciones sobrenaturales para fenómenos psicológicos resuenan en las historias de la humanidad. La cosmovisión de la época queda retratada en esas tradiciones y ponerse a revisarlas desde nuestra perspectiva es ilustrativo. El de Eco, la ninfa, es especialmente triste. Alguien que sólo puede repetir lo que le dicen está prácticamente anulado. Espera impulsos externos para poder sacar algo.
Pero nosotros mismos tenemos un poco de ecos. Las cosas que nos pasan rebotan en nuestras experiencias y muchas veces sólo devolvemos. Todas esas palabras que nos disparan recuerdos de la infancia y nos sitúan en un lugar indefenso, que nos hacen reaccionar de forma exagerada y que nos destruyen, nos dejan anulados como personas. Lamentablemente es un caso frecuente y lo repetimos, por algo gritar la misma palabra en una caverna siempre va a tener el mismo resultado.
Generalmente los ecos se forman en los vacíos. Siempre me imagino un lugar oscuro y desierto, cerrado por todas partes menos una pequeña apertura. Se acabaría esto si lo abriéramos. Si nos abriéramos. Iluminar eso que llevamos guardado, para darnos cuenta que ya no hay nada allí. Que todo el dolor que metimos se disolvió con el tiempo y que sólo quedan paredes en donde rebota el ruido exterior.
Eco se desapareció. Yo no quisiera que me pasara lo mismo.