Es un miércoles cualquiera y yo estoy sin parar desde las 4am. Hasta tiempo de asolearme me dio, entre todo el corre-corre, con almuerzo y lavar ropa incluidos. Cada minuto cuenta, quiero que la vida no me diga que dejé de usar el tiempo que era mío. Todos los días me paso en cosas y he aprendido a que no hacer nada también es algo. Tal vez mis ocupaciones no sean trascendentales, ni esté preparándome para dejar huella permanente de mi existencia. Pero sí quiero que cada día termine como parece hacerlo hoy: lleno.
Hay días objetivamente más lindos que un miércoles cualquiera. Pero el reto es que los mejores sean los normales. Que la línea normal sea alta. Y que la satisfacción sea constante. Con lo que hay. Porque es lo que hay.
Mañana, que es jueves, habrá otra montaña de cosas qué hacer. Y eso también debe ser bonito.