Recuerdo hasta en qué mesa estábamos sentados cuando usamos la parte de atrás de un mantel de papel y diseñamos nuestro futuro. Tres hijos, carreras brillantes, viajes, padres bien cuidados, iluminación para esquivar todos los obstáculos. Nos imaginamos un futuro como una piscina con el agua limpia y sin movimiento. Iríamos de una parte a la otra, sin fallar y sin cansarnos. Todavía me río.
Quince años más tarde, dos hijos, no tres, carreras complicadas, mi falta de padres y una serie de complicaciones que fueron imposibles de ver antes de tenerlas enfrente, necesito sentarme a reconocer todo el camino que hemos recorrido. La vida nos ha regalado tormentas, monstruos, sol, nubes, viento, calma. Hemos encallado. Perdido más de un mástil. Pensado abandonar la nave luego de quemarla. Te he visto ahogarte al lado del barco, sin ver la mano que te tendía. He sentido que me hundo por completo sin esperanza de salir a la superficie.
Y seguimos, porque hemos cambiado todas las partes de la embarcación que lo han necesitado. Ya no es la misma en la que nos subimos al principio. Pero es igual. Porque, con certeza, de lo que dibujamos en ese papelito, está el faro hacia el que nos hemos dirigido, aún cuando hemos tomado otra dirección creyendo que enderezamos el curso.
Gracias por no dejarme irme. Gracias por regresar. Gracias por mis hijos, nuestros cafés de la mañana, las series de los viernes temprano y los vinos por la noche. Gracias por la constancia. Gracias, porque, aún hoy, te puedo dar las gracias.
¡Feliz Aniversario!