Destellos

La vida se puede pasar durmiendo entre los pensamientos que nos arrastran, o precisamente despierto, fijándonos en absolutamente todo. Estos son los dos extremos de la existencia y rara vez nos situamos permanentemente en uno de ellos. La mayor parte de las veces tenemos destellos de claridad, como el cielo entormentado. Alargar esos momentos es una de las tareas de nuestra madurez, darnos exquisita cuenta de cada uno de nuestros sentimientos, de la realidad que nos rodea, de cómo nos perdemos. Hasta reparar que estamos distraídos. O dejarnos llevar a propósito. No me veo en ninguna forma de futuro cercano llevando mi pobre práctica de meditación a planos más permanentes. Es un ejercicio extenuante y a veces es rico dejarme llevar en la corriente del día, aunque eso tenga como consecuencia a veces que el modo automático sea muy feo. Yo me vuelvo muy fea cuando no me despierto a mis actitudes, a mis reacciones. No me gusta quién soy cuando no me doy cuenta. Así que cada día decido iluminar un poco más de tiempo esta vida en la que camino. Ver no siempre es satisfactorio, pero al menos no me pierdo de lo que pueda haber más allá.

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