El niño antes comía hasta caracoles. El gusto amplio y sin cuestionamientos. Lo que le pusiera enfrente, se iba. Pero… de hace un tiempo para acá, todo le sabe “raro”.
Gran parte de lo divertido de crecer es conocerse uno a través de los gustos. Y nada define mejor eso que lo que a uno no le gusta. Porque los límites nos definen. Así aprendemos a vestirnos, a encontrar música, a ver películas. A llenarnos de todos esos adornos de personalidad que nos hacen interesantes. Y, mientras mejor entendemos cómo llevarnos bien con nosotros mismos, más disfrutamos. Pero… hay un peligro en quedarse sólo dentro de la frontera que pusimos alguna vez. Porque estamos cambiando todo el tiempo y, si no nos atrevemos a volver a probar las cosas, nos corremos el riesgo de perdernos de algo que pueda gustarnos.
Al niño le hago probar todo. Siempre. Aunque no le guste. A veces tengo suerte.