Demasiado arroz

Me serví con hambre. Me pasa que firmo cheques con los ojos que luego mi estómago no puede honrar. Es igual que ir al súper con hambre, tomar decisiones con hambre, entrar en una discusión con hambre… el cuerpo piensa primero en sobrevivir y luego en todo lo demás. Que no me pasa cuando hago ayuno, pero sí los días que como y se acerca la hora del almuerzo.

Casi todas las prácticas espirituales conllevan un elemento de martirio físico, de supresión de impulsos, de gratificación diferida. Que es algo totalmente artificial. Ya quisiera ver a uno de nuestros antepasados cavernícolas, teniendo a sus disposición comida altísima en calorías de forma casi ilimitada, que le dijeran que tiene que dejar de comer por razones esotéricas. Primero se atiborra hasta reventar. Pero ellos sí hacían ayuno forzoso, tenían que esperar para satisfacer sus deseos y le hacían ganas a comer lo que tuvieran enfrente.

Tener control de las llamadas físicas y no dejarse arrastrar por ellas es gratificante. Da una sensación de logro, de maestría sobre uno mismo. Cuesta y se necesita de una rutina. Y, hasta con la persona más metódica, llega el momento en que me serví arroz de más. Y me lo comí.

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