Me da un poco de alergia lo de “dejar fluir las cosas”, como método para que a uno le salga lo que quiere. Nunca llegué a un examen sin estudiar, confiada a que me fluyeran las respuestas y sacar buena nota (que no quiere decir que no me pasara una vez que no leí la mitad del libro por despistada, pero igual había estudiado el resto y me fue bien).
Cuando las personas hacen bien las cosas de forma fácil, uno puede estar seguro que hay miles de horas de práctica detrás. Los matrimonios buenos de años seguro llenan libros con las dificultades que han superado. Y ni el más talentoso de los artistas llega a ninguna parte sin esfuerzo. La triste realidad es que todo requiere esfuerzo, a veces aún más si hay talento.
Pero, como todo lo verdaderamente importante en la vida, hay dos realidades opuestas que se complementan en esto: uno no puede, ni debe, desestimar lo inevitable. Hay cosas para las cuáles no hay preparación y uno sólo puede hacer lo que uno puede hacer. Y allí, en ese lugar al que uno ya llegó arrastrando las horas de esfuerzo y trabajo, allí ya se puede uno dejar llevar.