A mí me criaron con el “no” en la boca y ése es mi primer impulso al momento de dar permisos. No. Al rato digo que sí y como no me gusta ser inconsistente, ahora prefiero no decir nada al principio. Decir que no siempre es más fácil, conste. Menos riesgos, menos planes, menos trabajo. No, no puedes ir (así no te llevo), no, no pueden venir (así no atiendo gente), no, mejor no tengas vida social…
¿Habrá sido más fácil antes, cuando los hijos se casaban a los 14 años y dejaban de estar en casa? ¿O siempre ha pesado el desprendimiento? Porque en el fondo, el no es un no querer soltar. Porque tal vez uno siente que deja de ser uno el que vive, que tiene que darle su lugar al que viene. Nada más alejado de la verdad. Mientras crecen los hijos, uno también lo hace y cada etapa tiene sus propias experiencias. Nadie pierde.
Ayer hubo “junte” de adolescentes en casa. Qué bueno. Me encanta que hagan ruido y se rían y sean un buen grupo. Yo hago lo mío y me siento más viva porque los míos hacen lo suyo. Pero sigo con el no en primera fila.