Las mejores historias son las que sorprenden. Y no necesariamente como un twist al final. Puede ser algo tan elegante como un simple cambio de perspectiva durante el relato. Uno cree que el personaje principal es uno, y resulta que era otro. Es la belleza del narrador que sabe cómo se desarrolla la vida misma.
Uno tiene la idea que el mundo gira alrededor de uno. Luego aprende que no. Y, al final de la vida, entiende que no hay otra forma de ver el universo más que desde los propios ojos. Es un constante aprender y desaprender. Sobre todo si se quiere vivir sorprendido.
Creo que allí está el verdadero secreto de no envejecer, por mucho que uno se arrugue y decrepite: el ejercicio de abrirse a lo nuevo. De cambiar se enfoque o de perderlo del todo. Y el regalo que uno se da a sí mismo de hacer giros en la historia.