Hablar en redes sociales, con espacio limitado, con poco lugar para intercambio serio de ideas, con posicionamientos radicales, porque lo que escribimos es una pura condensación casi caricaturesca de lo que pensamos, es un ejercicio entre soltar pensamientos al aire, hablar con uno mismo y discutir con el mar. Yo creo que el intentar convencer a cualquiera que no piensa como uno en una red social como Tuiter, por ejemplo es inútil. Allí el lenguaje no sirve para comunicarse, sirve para sentirse como que uno ganó.
El lenguaje tiene como función primordial la comunicación y ésta sólo es posible cuando hay un entendimiento entre las partes que discuten. En el momento en que se cierran las mentes, se arruina el diálogo y podría simplemente hablar cada uno un idioma distinto que no entienden. Usar las palabras para otra cosa, como humillar, como insultar, como perderse en derroteros sin salida, sólo es uno de esos deportes masoquistas. ¿De qué me sirve hacer sentirse mal al otro si nunca logro que mire mi punto de vista?
Qué complicado para uno que cree que tiene la razón. Siempre. Lo vivo con mis hijos, a los que yo creo que les llevo una ventaja de vida inmensa y que, de todas formas, tengo que respetar en los momentos en que tienen opiniones distintas de la mía. O cuando estoy en una reunión con personas que piensan diferente y me tengo que aguantar las ganas de llevarles la contraria, por mucho que yo tenga la razón. Pues, por mucho que yo crea que tengo la razón.