Tengo un pozo de emociones. Todos lo tenemos. Se llena y se vacía y los únicos encargados de lo que haya (o no) somos nosotros. Conforme pasamos los años, el pozo se vuelve más profundo, da oportunidad de meterle más cosas. Eso, sólo si dejamos que la vida cave en nosotros. No es un proceso sin dolor. Pero no he conocido a ningún ser humano que verdaderamente valga la pena, que su pozo no sea hondo.
Los mejores son los que tienen agua clara, que deja ver el fondo, sin esconder los defectos de las paredes. Siempre he desconfiado de lo turbio que quiere hacerse pasar por más de lo que es. Lo más triste es que muchas veces, lo que se oculta es un charco superficial con poco qué sacar.
Tengo años sintiendo el azadón y la pala abrir la tierra de mi corazón para dejar entrar más agua. Ha sido un proceso que me ha dejado muchas veces exhausta. Pero estoy conociendo la profundidad de una corriente tranquila y cristalina. Puedo seguir cavando.