El niño dejó salir al gato y se cortó la cola. Me tocó llevarlo al veterinario. A mí. Porque no se deja de nadie más ni para meterlo en la jaula. Si no han tenido gatos, les cuento que son una fuerza de la naturaleza en un empaque pequeño. Éste en particular es un tanque. Lo tienen que sedar hasta para vacunarlo. Pero se deja de mí.
Lo conozco. Sé cuándo dejarlo en paz y cómo agarrarlo. Así como conozco a mis hijos y entiendo por dónde entrarles. Por eso me desconcierta la gente que no es clara y que no se deja conocer. ¿Cómo la va a querer uno?
Conocer y entender es querer. En el momento en que vemos en dónde está la herida del otro y reconocemos que la nuestra no es muy diferente, encontramos el hilo que nos une como humanos. Reconocerse en el otro, no sólo para repelerse a primera vista, sirve para perpetuar nuestra especie que se ha colado en la evolución sin garras ni dientes. La empatía viene antes que el intelecto. La necesidad de ser comprendidos es más poderosa que el deseo de tener la razón.
Al gato lo quiero porque lo conozco.