Los humanos tendemos a marcar el tiempo para que represente principios y fines. Seguro que es por las mismas estaciones que se suceden y repiten. Obviamente nada nuevo allí. Lo divertido es que le asignamos significados especiales a fechas que ponemos en un calendario, como si se cerrara una puerta y se abriera otra, nos transformáramos en personas diferentes cual calabazas de Cenicienta a la medianoche, o automáticamente adquiriéramos sabiduría adicional.
Pero no. El tiempo en nosotros los humanos no es un círculo que se abre y cierra con cada vuelta de la Tierra alrededor del sol, sino un camino con altos y bajos en el que periódicamente hacemos una pausa para ver cómo nos ha ido.
Sinceramente, en esta pausa debo admitir que me ha tocado el trecho de camino más difícil de toda mi vida. Siento que he pasado hincada sobre piedras, de noche, con riscos a ambos lados. Y, me siento cansada. Triste. Sola. Hubo un terremoto en mi mundo y ya nada va a volver a ser igual.
Así que me estoy tomando una pausa un poco más larga de lo normal. Para ver un poco más lejos en el pasado y agarrar perspectiva del recorrido. Si fuera a medir mi vida por lo sucedido en los últimos dos años, podría pedir que mejor siempre sí me clausuraran la excursión y muchas gracias por participar.
Pero no. Hay más cosas por delante y creo que ya aprendí que, si no me gusta lo que miro frente a mí, siempre puedo cambiar de ruta, aunque sea por derroteros desconocidos.
Por esta vez, voy a ver el tiempo como un ciclo qué cerrar. Y lo voy a cerrar con candado y tirar la llave al mar. Lo que viene tiene que ser mejor. O me lo haré yo misma.