Te mandaría en la noche a encontrar la luna sobre un lago
que el viento frío te curta la piel tierna aún, y sientas miedo.
Pasarías noches con hambre, recordando el calor de mi cocina
querrías un plato de algo humeante, que te acaricie el alma.
Te mandaría a pescar un tiburón, los dientes haciendo fila para morderte,
en un océano sin orilla, que la sal curta tu piel dulce y el sol la dore.
Flotarías al límite de las estrellas, viendo cómo se expande la galaxia,
añorarías tu cama firme, sin olas, sin peces y la sombra del techo.
Te dejaría caer por una torre con alas que no se derritan,
que vueles tan cerca del sol como quieras y nunca te desplomes.
Hijo mío, te diría que tienes que cazar un lobo, todos los días,
el que llevas dentro, para domarlo y tener toda su fuerza cuando la quieras.
Y, como todas las madres que han sacado niños queridos al mundo
para que se conviertan en buenos hombres,
continuaré siendo puente, faro, calor, comida, pasado firme, viento, océano,
forjaré cualquier arma que necesites para salir.
Te alejarás, como debe ser, y yo permaneceré para que vuelvas cuando quieras.
¡Felices trece años, pequeño pedazo mío, ve a cazar!