Auto-castigo

Vamos a la piscina con mi chiquita y, como ya no lo es tanto, se vuelve un poco complicado: escoger el traje de baño, el pareo, arreglarse el pelo, los zapatos… para ir a meterse a una piscina. No soy tan vieja que no recuerde la suma importancia que todo eso tenía. Y agradezco serlo lo suficiente como para soltar.

Tanto de la vida que se priva uno por la autocensura. El no hablar con alguien, no ponerse cierta ropa, no practicar algún deporte. Esa malinterpretada importancia que nos hace pensar que los demás nos observan es una cárcel. La edad va disolviendo los muros y termina una toda vieja impertinente pero feliz.

Trato de aligerarle la carga a mis hijos enseñándoles que a muy pocas personas les importa lo que hagan y que a ese grupo reducido no les va a importar si no están perfectos. No se trata de tirar toda convención social a la basura. Sólo de no limitarse tanto que no puedan funcionar.

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