Cambiar de opinión

Para cambiar de opinión, primero hay que admitir que uno se equivocó en un principio. Tal vez es por eso que es tan difícil. Pero si uno está dispuesto a entender que no siempre toma las mejores decisiones, que las circunstancias son distintas de como uno creía o simplemente no midió bien las consecuencias, recular es un regalo divino.

No se trata de ser una veleta. Se trata de medir y ponderar bien qué prefiere uno. Y agradecer la oportunidad de modificar. No siempre se puede.

Los cambios son de esperarse. La vida es impredecible. Y podemos ser amables con nosotros mismos. Porque no somos infalibles. Porque podemos tener empatía. Y porque no todo está escrito en piedra.

Agridulce

¿Por qué la vida pide

que uno tome buenas decisiones

que duelen tanto?

Se paga en tristeza

lo que se nos antojó en un impulso

que sabíamos bien,

no nos convenía.

Cambio de circunstancias

Uno sólo puede esperar con certeza que todo va a cambiar en un momento. Y lo que toca es verse en la nueva situación y adaptarse.

Uno de mis tatuajes favoritos dice “el control no es poder”. Lo aprendí de mala forma y pagué por la enseñanza muy caro. Pero no lo olvido. No sólo porque no se borra, sino porque me ha dado más libertad que cualquier ilusión de manejar mi vida. Yo no controlo casi nada, pero tengo poder sobre cómo reacciono y eso es lo verdaderamente importante.

Cuando las cosas cambian y no nos gustan, toca adaptarse, cambiarlas de nuevo o irse. ¿Verdad que eso es maravilloso?

Un grano de sal

Los detalles definen lo grande. De nada sirven gestos heróicos si no se acompañan de lo amable. O una casa gigantesca sin muebles. O una relación de años sin caricias. La comida es mejor con un poco de sal.

A veces creemos que todo funciona de emergencia en emergencia. Cuando lo que mueve la vida es lo cotidiano. Lo tenemos en tan baja estima que hasta decirle rutina es despectivo. Y es precisamente ese convivir diario lo que define si somos felices o no.

Cualquiera encuentra importancia en los momentos estruendosos. Sólo las personas verdaderamente exitosas saben la trascendencia de los momentos que no pasan a la historia.

El peor día de la vida

He tenido días terribles. Verdaderamente de pesadilla. Y siempre hay un día después. Y otro y uno siguiente. Hasta que ese día terrible es una seña más en un camino que avanza aún cuando uno no lo camine.

Es difícil hacerse una buena idea de una persona sólo con coincidir una vez. Imposible, mejor dicho. Porque no sabemos si ese es un mal día en su vida y si pueden ser mejores. Claro que es válido decidir que uno no quiere estar con alguien que se comporte de cierta manera, pero debe ser más en función de uno mismo, de la decisión de tener a cierta gente lejos.

Estoy segura que hay personas que no me soportan, e igualmente estoy segura que no me conocen. No fuerzo ni lo uno ni lo otro. Todos tenemos defectos y derecho de sacarlos a pasear. Y todos tenemos derecho de aguantarlos o no. Lo lindo es conocerse y mejorar.

Nubes como olas

Estaba viendo pasar unas formaciones grandes de nubes y pensé en las formaciones gigantescas de la novela Solaris. Ese libro existió en mi librera de pronto, porque no recuerdo ni haberlo comprado ni que me lo hayan regalado. Si es una de esas apariciones misteriosas del universo, estoy infinitamente agradecida, es una maravilla de ciencia ficción que nos hace enfrentarnos con nuestra humanidad y el concepto de seres inteligentes.

No sabemos qué es lo que no sabemos. Ni siquiera percibimos toda la realidad que nos rodea, necesitamos instrumentos especiales para reconocer todo el espectro luminoso. Pero los hemos desarrollado sólo porque sabemos que existe la luz. ¿Qué pasa con todas las demás ondas, variables, moléculas, etc., que NO sabemos que existen? ¿Cómo hacer aparatos, investigar, innovar, sobre algo que ni siquiera sabemos que tenemos qué buscar? La realidad es infinita y nosotros no.

Por eso me parece atrevido sentarse en nuestro conocimiento y no querer salir de allí. Es imposible que exploremos todo lo que existe. Y es innecesario. Sólo podemos estar abiertos a aceptar nuestras limitaciones, a conservar la curiosidad y a perderle el miedo a lo desconocido. Porque, al final del día, nuestra esfera es diminuta y la vida hay que expandirla.

La felicidad de limitarse

Percibimos que existimos porque lo contrastamos con lo que está a nuestro alrededor. Sé dónde está mi cuerpo porque lo siento reclinado sobre el sofá. Son dos cosas diferentes que se abrazan y se rechazan. Yo no soy el sillón, pero me entiendo precisamente porque no lo soy. Sin límites, no existo.

Pero eso no es suficiente. El plano material es incompleto si no le agregamos las relaciones con los demás. Y allí también son necesarias las fronteras. Para establecernos como individuos, para darle forma a lo que queremos de una interacción, para tener una base sólida sobre la cuál construir algo duradero.

Ponerle freno a mis hijos es lo que más me ha ayudado a que ellos se sientan seguros de nuestra relación. Conmigo no se valen cierto tipo de bromas. Yo no soy su amiga. De ésos ya tienen suficientes y mamá sólo una. Mejor no borrar las líneas que me dibujan.

El peso de las cosas

Me engordé al menos cinco libras a principios de este año. Yo, que lucho para ser liviana, caminar entre silencios, no ser rotunda, me cuesta demasiado no ponerme enorme.

Hay muchas cosas que delatan su calidad por cuánto pesan: los argumentos, el oro, una espada. Nada de eso es delicado en principio, pero todo se puede forjar para que lo sea. Pesa más el músculo que la grasa y es más necesario para tener una buena vejez. Deberíamos apostarle a ocupar más espacio en nuestras propias vidas, no a borrarnos de ellas.

Tengo preferencia por estar como me es imposible: flaca. No lo soy y con los años ya debería haberlo aprendido. Lo que sí puedo hacer es que mi peso no ahogue a los demás. Y que me haga sentir más centrada.

Lo que pido

Todos hemos hecho la lista taxativa, final, perfecta, de lo que le pediríamos al genio de la botella. Son tres los deseos e infinitas las posibilidades, así que tenemos que estar listos por alguna vez se nos presenta la oportunidad. Creemos que nosotros sí podemos jugarle la vuelta al peligro de obtener lo que queremos. Hemos formulado cuidadosamente las palabras para que no se escondan trucos entre sus letras.

El paso del tiempo cambia hasta nuestros anhelos más profundos. Si alguna vez quisimos cosas absurdas como montañas de chocolate, los años nos empujan a ser más pragmáticos y menos fantasiosos. Pero, en el fondo, lo que queremos no son cosas, son estados emocionales. El chocolate no sirve de nada si no nos hace felices. El dinero tampoco si lo vemos con sinceridad.

El recorrido de la vida debería servirnos para identificar con claridad precisa qué nos da la mayor satisfacción. Y conseguirlo. Despojarnos de engaños y espejismos hasta quedarnos en cueros, al mínimo. Allí está lo esencial y así se encuentra la felicidad. Aunque hay mucho de mí que aún cree que una montaña inagotable de dinero, si no me da la dicha, por lo menos me acerca a ella.