Meterle la pastilla hasta la garganta a la pastor alemán, con mis dedos entre sus dientes, no deja de parecerme un acto de valentía. Son animales, después de todo, y no tienen por qué no seguir sus instintos. Claro que son cientos de años de evolución conjunta y por algo nos entendemos.
Creo que todo ser vivo tiene la capacidad de lastimar. “Si tiene boca, muerde”, es el lema de la casa. Que no quiere decir que vaya a suceder. Pero podría. Cualquier relación conlleva un riesgo. Pero la alternativa es impensable porque duele aún más el aislamiento.
El chucho hizo su mejor imitación de luchador mexicano y se lanzó contra la hembra desde el sillón en un ataque sorpresa. Eso no lo vimos venir y la pobre se vino a refugiar entre mis piernas como si no pudiera ella defenderse. Claro que puede y el otro cutre también. Pero se adaptan a ser parte de mi manada. Les sigo metiendo las manos a la boca, porque, aunque podrían morderme, el riesgo es menor a la tristeza de no tenerlos. Y por eso también sigo teniendo relaciones con gente.