Armar el cuento

Hay unas desviaciones profesionales que son más entretenidas que otras. Por ejemplo, preferiría ser artista y buscar la belleza o inspiración en todas partes a ser patólogo y ver muerte y enfermedades. Pero que uno tiene ciertas proclividades al momento de revisar su mundo, las tiene.

En lo personal, desde que soy abogada trato de hilar las consecuencias de los actos hasta el último momento previsible, aunque no sea a veces ni remotamente probable. Desde que escribo, esa inclinación a seguir los pasos imaginarios a futuro se une a la diversión que hay en construir una posible historia. Es entretenido sentarse a ver pasar gente e inventarles una narrativa.

Lo malo es cuando ambas preferencias me hacen ver micos aparejados por todas partes y a construir historias que ni de cerca se aproximan a la realidad. Allí le tengo que dar un sedante imaginario a mi cerebro y hacerlo que descanse, porque necesito que se apague de vez en cuando. Claro que se desquita soñando y allí sí no hay voluntad que valga.

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