La música

Quiero aprender

el ritmo que tocan tus pasos

sobre el piso de la entrada

antes de cruzar la puerta

para acompañarlo

con el golpe rápido

del aire acumulado

en mis pulmones

que suenen las cuerdas

del destino que sujetas.

Enséñame a bailar

al ritmo de tus ojos

saltando sobre mi piel.

La falta de vergüenza

Me gusta hacer bien las cosas. Lo bueno es que no me da pena hacerlas mal. No siempre ha sido así. En casa, mi papá no me dejaba cocinar, porque no le gustaba cómo me quedaban las cosas. No lo culpo, quedaban horrendas. Pero, sin mi mamá que me haga las cosas, no me ha quedado más remedio que probar yo.

La única manera de aprender es cometiendo errores y no volverlos a hacer. Tal vez tiene mucho qué ver con falta de vergüenza, de esa en la que uno se permite admitir que no sabe. No me da pena decir que no sé. Como hoy que hice el oso de pedir ayuda cinco o siete veces en la estación de autopago en el súper. La próxima vez ya lo hago mejor. Espero. Igual no seré la única que necesite asistencia. Pero si no pruebo, me pierdo de algo que puede ser mejor que lo viejo.

La vergüenza debe servir sólo para las cosas malas, no para los errores. Hacer el ridículo no es malo, es educativo. Y siempre se puede volver a hacer otro pastel.

Un poder especial

Poner límites de forma amable es, a veces, imposible. Simplemente porque uno está sacando a la gente de su territorio y diciéndole: “aquí no”. El acto es de protección y tiene que ser firme. Claro que depende del otro cómo se lo tome, al fin y al cabo el trangresor es el que se mete donde no debe. Pero…

Me ha costado aprender que tengo derecho a cercar mi espacio personal y que no tengo obligación de aceptar que cualquiera opine de mi vida. Porque me enseñaron primero a ser amable y a no ofender antes que a ser firme. Sacarme esa pena no es un hecho concluido, más bien un proceso de aprendizaje. Pero es una cuestión de niveles de incomodidad y qué pesa más.

Lo bueno es que, con los años, también se aprende a que el silencio es igual de poderoso como protección que cualquier otra cerca. Hasta que toca poner un alto. Y se me puede llegar a olvidar la amabilidad. Espero que no la educación.

Un último día

Pareciera que hablar del tiempo es una necesidad. La misma percepción de cómo pasa es sujeto de investigación, no digamos su importancia en la estructura de la realidad. Una cuarta dimensión que sólo puede medirse en movimiento. Que se define a sí mismo cuando queremos salir de él: la eternidad sólo tiene sentido como medida de un tiempo indefinido.

Tal vez por eso es la única cosa que se acaba sin posibilidad de regresar. No hay máquina que nos rellene de minutos la vida. Y es la forma en la que medimos los esfuerzos y hasta nuestro concepto de nosotros mismos. El tiempo, como tal, no existe, pero sí nos cambia.

Las últimas veces existen. Para cada uno. Y pensar que cada cosa que hago es tal vez la última, le da dimensión de lo importante, aunque aún me queden miles más.