Alguien que te conozca

Tan divertido el «quien no te conoce, que te compre», para recordarle a alguien que uno sí le sabe las mañas. Hay relaciones así, en las que uno se conoce todo del otro. Y es mentira.

Nadie puede suponer conocer del todo a la otra persona, por la sencilla razón que ninguno somos iguales todo el tiempo. Es cuestión de lógica, no podemos comportarnos igual con todos, porque nuestras relaciones son diferentes. Así que mostramos una cara distinta según con quien estemos. No es doblez, es la simple realidad.

Quedarse estancado en la creencia de conocer a alguien nos veda la oportunidad de acompañarlo en su crecimiento. Nos pasa muy seguido a los papás, que volvemos a ver a nuestros hijos pequeños, aún mucho tiempo después de no vivir juntos. O nos comportamos como cuando éramos adolescentes en el colegio con nuestros compañeros de clase en las reuniones de veinticinco años de graduados.

El estancamiento es la muerte. De las relaciones, del crecimiento personal, de la curiosidad. Creer que ya sabemos todo y no aprender cosas nuevas son caras de la misma moneda.

Así que, aunque no estemos dispuestos a comprar a nuestros cuates, porque le hemos sabido algunas mañas, guardemos un espacio de duda acerca de si sí pueden cambiar. Es lo que nos gusta que hagan con nosotros.

La herida sana a su tiempo

El gato tonto, luego de dos operaciones, dos diferentes conos de la vergüenza, un traje para gatos postoperatorio (que tuve que acomodar para que no se llenara de pipí), una sacada de puntos casera y dos meses de cuidados, al fin sanó. Coserlo fue menos complicado que curarlo y parece que su piel tarda en cerrar. Creí varias veces que se moría y ya estaba buscando caja para enterrarlo en el jardín.

Las heridas sanan a su tiempo. Claro que requieren cuidados especiales, no puede uno pretender dejarlas estar así sin curarlas, porque se infectan. Y tampoco se pueden ignorar porque matan. Las cosas que nos duelen hay que ventilarlas, darles la medicina necesaria y ayudar a que cicatricen. Pero tampoco podemos pretender que se desaparezcan sólo porque ya no queremos que nos duelan.

El tiempo no es una cura en sí misma, sólo el ritmo al que nos movemos. Tanto para lo bueno como para sanar.