Tan divertido el «quien no te conoce, que te compre», para recordarle a alguien que uno sí le sabe las mañas. Hay relaciones así, en las que uno se conoce todo del otro. Y es mentira.
Nadie puede suponer conocer del todo a la otra persona, por la sencilla razón que ninguno somos iguales todo el tiempo. Es cuestión de lógica, no podemos comportarnos igual con todos, porque nuestras relaciones son diferentes. Así que mostramos una cara distinta según con quien estemos. No es doblez, es la simple realidad.
Quedarse estancado en la creencia de conocer a alguien nos veda la oportunidad de acompañarlo en su crecimiento. Nos pasa muy seguido a los papás, que volvemos a ver a nuestros hijos pequeños, aún mucho tiempo después de no vivir juntos. O nos comportamos como cuando éramos adolescentes en el colegio con nuestros compañeros de clase en las reuniones de veinticinco años de graduados.
El estancamiento es la muerte. De las relaciones, del crecimiento personal, de la curiosidad. Creer que ya sabemos todo y no aprender cosas nuevas son caras de la misma moneda.
Así que, aunque no estemos dispuestos a comprar a nuestros cuates, porque le hemos sabido algunas mañas, guardemos un espacio de duda acerca de si sí pueden cambiar. Es lo que nos gusta que hagan con nosotros.