Puedo no hablar y entretenerme
pasar las horas sin nadie alrededor
la música la escojo yo
decido qué comer
puedo sola
me gusta estar contigo.
Puedo no hablar y entretenerme
pasar las horas sin nadie alrededor
la música la escojo yo
decido qué comer
puedo sola
me gusta estar contigo.
Hay que estar preparado para las cosas malas. Por eso uno ahorra y tiene medicinas en casa y compra seguros. Lo malo sucede, hasta el que no imaginamos. Lo triste es que también tenemos que estar preparados para conocer el peor lado de las personas que queremos. Eventualmente sale. El nuestro también.
Se puede conocer a alguien con dos actitudes: ya sé todo lo que necesito y nada me va a hacer cambiar de opinión; o, no lo conozco, a ver qué onda.
Para bien y para mal, tener una idea preconcebida nos encasilla en un estado y salir de allí es complicado. Por el otro lado, no importa qué tan abierta tenga uno la mente, llega el momento de tomar una decisión. Esperemos que no sea en un mal día.
He tratado de siempre hablar de todo con mis hijos. Lo que ha hecho que ellos hablen de todo conmigo. Desde esas conversaciones balbuceantes acerca del prekinder, hasta la verborrea de niña semi adolescente. O sus preguntas serias. O lo que hacen cuando no estoy.
Me siento con el peso del mundo encima. Porque me toca decirles cómo comportarse sabiendo que no siempre lo van a hacer. Tengo que ser mamá seria,’con reglas y mamá suave, que sepan que me pueden contar todo. Me pesa y lo agradezco.
Espero saber cómo meter lo menos posible la pata. Es lo más que puedo pedir
Desde hace casi veinte años, celebro Thanksgiving. Me encanta hacer el pavo y tener gente cerca a la que quiero. Me encanta que es una fiesta sin regalos y sin presión. Y me encanta sobre todo que es una constante en mi vida.
Tenemos tradiciones que continuamos desde nuestras casas, de nuestras familias extendidas, de nuestra sociedad. Se ponen fechas especiales que se celebran y comidas que sólo se hacen una vez al año. Y las tradiciones evolucionan porque no se pueden replicar exactamente.
Cada año hago pavo. Lo hago un poco distinto porque no me puede salir igual jamás. Y tengo a la misma gente a mi alrededor, pero todos vamos cambiando año con año. Me gusta pensar que mi gente continúe esa tradición.
Mis hijos tienen amigos maravillosos. Cada casa tiene una manera diferente de criarlos, cosa que me ha ayudado a entender que muchas cosas pueden ser distintas, pero dar excelentes resultados. También me ha tocado callarme con otras personas, porque definitivamente no hacen lo que yo haría.
Tener familia extendida e involucrada implica tener a mucha gente opinando. Es bueno por la parte de la ayuda, un poco agobiante por la intromisión. Yo tengo una familia pequeña y no involucro ni a la que tengo. Todo lo hago sola. Bueno y malo.
Ver a otras personas y saber que sólo puedo intervenir (y cada vez menos) en lo que me atañe muy personalmente, dentro del núcleo cerrado de mi familia, ayuda a entender que en el mundo la gente hace lo que quiere y que uno sólo tiene derecho de opinar en la vida de uno mismo. Porque, al final del día, sólo me importa lo de los míos. El resto observo y ayudo si se necesita.
El tiempo es el traje
con que se viste la vida
y nosotros lo cosemos a la piel
sólo nos dan uno
mejor cuidarlo.
Nunca salgo. Hoy salgo dos veces. La idea parece perfecta cuando la tengo. Mi yo que tiene que ejecutarla ya no está tan segura.
Hacer ejercicio todos los días, levantarse temprano, comer bien, todo eso no requiere tanto de fuerza de voluntad como de la suficiente motivación para no necesitarla. Las cosas que nos cuestan hay que hacerlas y punto.
Así como salir hoy. Seguro puedo pasármelo bien aquí. Pero no lo pienso salgo
Si mi mamá estuviera viva, no habría vuelos suficientes para traerle cosas de Temu. Bromeaba diciendo que ella era “caca miro, caca quiero, y hasta la que no miro quiero”. Testigo de eso son un sinfín de aditamentos culinarios que no estoy muy segura para qué sirven.
Hay un impulso inherente por adquirir cosas, sobre todo si creemos que otros las tienen. Tal vez es una necesidad de parecerse a los demás, o una creencia atávica de que el otro tiene algo que nos va a servir a nosotros. La comparación es la madre de la infelicidad y el motor de la industria de la moda, la belleza y todas las otras que nos llenan las vidas de cosas no necesariamente útiles. Pero bonitas.
Yo me he logrado contener loablemente en mis consumos de Temu. Apenas tengo un espumador de leche (que uso todos los días para hacerme un capuchino) y una mascarilla de luces LED. Mi lógica es que me estoy ahorrando el viaje a la cafetería y una futura cirugía… Creo que tengo la misma aflicción que mi madre, aunque en menor grado.
Mis días están llenos de cosas. Así igual la vida. Y, cuando no hago nada, me siento culpable. Como si tuviera que justificar mi existencia con una tarea completada.
Es un sentimiento moderno, tal vez porque tenemos más tiempo disponible sin oficio, pero menos ocasión de no tener distracciones. La gente pre modernidad tenía horas enteras sin ruido. Ahora no pasamos un minuto sin llenar nuestro cerebro de estímulo. Parecemos en perpetuo movimiento, aunque no logremos nada.
Voy a instituir una tarde a la semana sin externalidades. A ver cuántos minutos aguanto sin levantarme a planchar.
Generalmente sé que me voy de viaje unos seis meses antes. Suficiente tiempo para arreglar papelería y tener idea qué voy a hacer en esos días. También me gusta hacer las inscripciones escolares antes, llegar a las fiestas a tiempo y comprar regalos por anticipado. Siento que algo de control le da a mi vida, por mucho que sea una mera ilusión.
Hacer planes nos separa del resto de la fauna terrestre. Los animales viven el día a día, aunque tengan sus propios ciclos naturales. Responden más a instintos que a previsiones. Los seres humanos nos proyectamos, no sólo dentro de nuestras propias vidas, sino para más allá. Una mezcla de arrogancia y esperanza. La primera, creyendo que somos tan interesantes que a alguien le importe si existimos o no. La segunda, pensando que hay futuro. Bonito eso.
Ver más allá y hacer planes me ayuda a alargar el placer de las cosas bonitas por venir y prepararme para afrontar las cosas difíciles. Una buena mezcla, además, de tratar de vivir con lo que tengo enfrente. Tiene sus ventajas, como fijarse en un pasaporte vencido, o enviar un correo de reclamo a tiempo. Nada más feo que revisar el calendario y darse cuenta que la fecha ya pasó.