El 2019 ha sido el año más espantoso de mi vida. Vi a mi hija casi morir, nos hemos enfrentado a una condición que no la va a soltar salvo que ocurra un milagro, se deterioró mi relación con mis hijos por lo cansada y tensa de la situación, apenas terminamos el año escolar, ha sido un desastre en cuestión económica, confuso en la parte emocional y, por primera vez en mi vida de pajarito feliz en las mañanas, hice planes serios y concretos para quitarme la vida.
Horrible. Lo peor que he pasado en una vida de años duros. Y hoy voy a dar gracias. Porque la niña está viva y con todas sus facultades disponibles. Porque el niño anda reacomodándose y nos unimos mucho más en estos últimos meses. Porque ya no se me pasa por la mente la posibilidad de hacerme morir. Y porque estoy ganando claridad en mi vida, aunque sea a costa de fuego que destruye y quema, pero ilumina.
Siempre se puede agradecer y eso a mí me saca de la cama. He tenido oportunidad este año de compartir con personas maravillosas a quienes no conocía antes y por quienes estoy profundamente agradecida de su existencia misma en el mundo. Cosas hermosas que no puedo ni comenzar a describir. Entiendo que hay un mejor camino para relacionarme con mis hijos y estoy a tiempo de tomarlo. El dinero viene y va. Toca que venga y trabajar para lograrlo. Terminé un proyecto de un libro y sigo escribiendo.
Y estoy. Tal vez eso es lo que más puedo agradecer. Simplemente estoy, un poco más desgastada y definitivamente más cansada. Pero el otro año, por estas mismas fechas, estaré dando gracias de nuevo.