Todos los viernes, abro una botella de vino. No lo hago entre semana, casi no lo vuelvo a hacer después. Pero… hay que cambiar de costumbre porque en el último año mi cuerpo hizo un salto cuántico y así gané peso. Es lo que hay, 49 años no son los mismos que 39, por mucho que yo creía que iba a estar inmune. Entre la frustración y el desconsuelo, me terminé persuadiendo que es mejor saber que no hacerlo y ya me voy a sacar los exámenes que me hacen falta.
Uno se acomoda en la costumbre cuando todo sale bien. Lo que pasa es que hay otras cosas alrededor que sí cambian y a las que hay que adaptarse, mejor antes que después. Los animales se vuelven viejos, los hijos crecen, el cuerpo quiere otras cosas. Y, si uno no se mueve, los cambios lo mueven a uno hacia donde uno no necesariamente quiere ir.
Así que me quité el vino de los viernes (y el resto de días), me sacaré los exámenes el otro sábado y tomaré las medidas que necesite. Porque puedo cambiar de costumbres para regresar a como me gusta estar siempre.