Darse a conocer

Eso de tener hasta diferente idioma para comunicarme con mis hijos, me pone inmediatamente en situación de comportarme de forma distinta con ellos. Y menos mal, dudo que tendría muchos amigos si los estuviera taloneando como hago con los peques. O que tuviera mucho éxito educativo con los niños si los molestara como hago con mis cuates.

Nos comportamos distinto en diferentes situaciones. Eso es un hecho. Lo cuál no es lo mismo que decir que seamos personas diferentes, con diferentes valores. Los modales, el vocabulario, el nivel de relajación y de familiaridad, eso es lo que necesariamente cambia. Y eso hace que no todo el mundo nos conozca hasta lo más profundo. Todavía hay algo más profundo: a veces necesitamos de alguien que nos sepa todas las mañas para poder reconocernos a nosotros mismos, porque hay cosas que nos gusta ocultarnos.

Dejarse conocer no es sencillo. Porque no todo lo propio nos gusta y es mucho más fácil que sólo le miren lo bonito a uno en dosis cortas y superficiales. Pero permitir que alguien se zambulla de cabeza en nosotros y llegue hasta nuestro verdadero fondo y que el resultado sea alguien que regresa con la mirada clara, una sonrisa y ganas de estar con uno, para eso existe la felicidad.

Que lo conozcan a uno y lo quieran así, es de las pocas cosas externas que aportan un verdadero bienestar. A mí me da pánico y el único valiente que lo ha hecho, ha sido lo suficientemente cauteloso como para acercarse de a poquito y sin que me dé mucha cuenta. Y es por eso que caminamos bien juntos.

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