Muchas veces he hecho cosas motivada por un sentimiento negativo. Ser la mejor de un grupo que me molestaba, perder peso y estar en forma para contradecir a los que me llamaban gorda, irme de la casa de mis papás por sentirme agobiada. El resultado de muchas de esas cosas no sólo fue positivo, sino que conservo muchos de los buenos hábitos que adquirí para obtenerlos. Lo que me ha costado muchísimo es dejar atrás todas esas emociones corrosivas que me impulsaron en un inicio.
Las ideas, ideales, valores, todas esas cosas racionales, nos dan una meta hacia donde llegar. Pero lo que nos impulsa para obtenerla son nuestras emociones. Lamentablemente, consideramos los sentimientos casi como gnomos fantásticos difíciles de entender e imposibles de gobernar. Y nos montamos en el que tengamos más a mano para que nos sirva de combustible y nos llegue a donde queremos.
Pero no todo lo que nos mueve es igual de bueno. Los desperdicios nucleares generan calor igual que un madero ardiendo, pero cómo queda uno al final de usarlos son otros veinte pesos. Pasa lo mismo con lo que uno siente. Lograr un objetivo gracias a una necesidad de vengarse, o al enojo nos ayuda a impulsarnos. Pero resultamos cruzando la línea final sin sentirnos totalmente satisfechos.
Es mejor usar emociones que nos llenen por sí mismas y eso sólo se logra poniéndoles más atención que a las otras. Cuesta, porque el enojo ladra más fuerte que la felicidad, pero igual así muerde.
Ahora trato de dejarme llenar de emociones que me alimenten, porque hay dos gnomos de verdad en mi casa que modelan sus sentimientos según los míos. No hay motivación más positiva que esa.