Alta toxicidad

Muchas veces he hecho cosas motivada por un sentimiento negativo. Ser la mejor de un grupo que me molestaba, perder peso y estar en forma para contradecir a los que me llamaban gorda, irme de la casa de mis papás por sentirme agobiada. El resultado de muchas de esas cosas no sólo fue positivo, sino que conservo muchos de los buenos hábitos que adquirí para obtenerlos. Lo que me ha costado muchísimo es dejar atrás todas esas emociones corrosivas que me impulsaron en un inicio.

Las ideas, ideales, valores, todas esas cosas racionales, nos dan una meta hacia donde llegar. Pero lo que nos impulsa para obtenerla son nuestras emociones. Lamentablemente, consideramos los sentimientos casi como gnomos fantásticos difíciles de entender e imposibles de gobernar. Y nos montamos en el que tengamos más a mano para que nos sirva de combustible y nos llegue a donde queremos.

Pero no todo lo que nos mueve es igual de bueno. Los desperdicios nucleares generan calor igual que un madero ardiendo, pero cómo queda uno al final de usarlos son otros veinte pesos. Pasa lo mismo con lo que uno siente. Lograr un objetivo gracias a una necesidad de vengarse, o al enojo nos ayuda a impulsarnos. Pero resultamos cruzando la línea final sin sentirnos totalmente satisfechos.

Es mejor usar emociones que nos llenen por sí mismas y eso sólo se logra poniéndoles más atención que a las otras. Cuesta, porque el enojo ladra más fuerte que la felicidad, pero igual así muerde.

Ahora trato de dejarme llenar de emociones que me alimenten, porque hay dos gnomos de verdad en mi casa que modelan sus sentimientos según los míos. No hay motivación más positiva que esa.

Me rescato yo, muchas gracias

¿Quién de pequeña de más o menos mi misma edad no soñó ser la princesa rescatada? O eras la «Bella Durmiente», que tiene en sus raíces una historia súper turbia (sólo les cuento que la chava queda embarazada estando dormida) o Blanca Nieves, o Rapunzel. Todas tenían en común una falta total de agencia por parte de la chava. No me voy a tirar al agua feminista, muchas gracias, pero sí me recuerdo muy bien que yo soñaba con tener un Hada Madrina que me vistiera, me paseara y me consiguiera al príncipe azul de mis sueños.

Y es que, ha de ser reconfortante pensar en no ser responsable de los huesos propios. Las personas muchas veces buscamos que nos den soluciones de afuera, a problemas que tenemos adentro. Y los queremos fáciles y rápidos y gratis y bonitos. Mejor si bailan bien.

Luego uno voltea a ver al tipo con el que sale (o se casa) y siente el agujero emocional del vacío que crece cada día más. Y no hay pisadas de caballos blancos con jinetes al rescate. Ni nada parecido.

Lo bonito es que es entonces cuando verdaderamente uno puede comenzar a escribir su cuento de hadas. El hecho de rescatarse a uno mismo, nos da el mejor regalo de todos: nuestra propia vida. Ser la persona que nos saca de la situación en la que estamos (muchas veces, obvio, porque nosotros nos pusimos allí), nos acrecienta la autoestima, nos da poder y nos permite moldear nuestro futuro.

Yo agarré mi caballo (el carro), y salí disparada de donde estaba. Me pude reorganizar, redescubrir y reajustar. Y, cuando llegó el héroe, no encontró una damisela en aprietos. Encontró una heroína que lo puede acompañar a afrontar cualquier cosa.