Cuando iba a nacer mi segunda hija, tuve un momento de verdadera preocupación. Ya tenía un hijo que ocupaba una buena parte de mi corazón y un marido que ocupaba el resto. ¿En dónde iba a caber esta nueva personita? Nunca he tenido mucho espacio emocional y el que concedo, si no corresponde con un afecto razonado, no dura mucho.
Mis hijos podrán contarles que en la casa si no hay sangre ni huesos rotos, las lágrimas no se permiten. Mis amigos reciben mi cariño en forma de regaño. Mi marido… pues, éste no es el blog para eso, tal vez cuando escriba erótica.
Cada quien se maneja por la vida de la manera que mejor le parece. Eso de hacer de la vida una candela es tan doloroso como uno quiera hacerlo. Así pone uno la carita vulnerable ante situaciones y personas que tal vez no lo valoran.
Por el momento, les puedo decir que cuando nació mi hija mi corazón sufrió una ampliación.