No conozco un día de la semana que no esté ocupado con “algo”. Desde el recordatorio de las madrugadas que llama a despertar niños y a hacer loncheras y a llenar la casa entre semana, hasta actividades sociales (de los niños) los sábados y demás en los domingos. El resultado es que siento que mi tiempo está aún más estirado y escaso que lo normal. Pero, me digo, así es la vida y hay que seguir.
Nos tomamos la existencia como un trago que hay que apurar rápido y hasta el fondo porque se kos evapora en las manos. Lleno de cosas que nos dejan más vacíos por no poder apreciarlas cuando suceden, porque estamos pensando en lo que sigue. Vemos una temporada entera de nuestro programa favorito en una noche maratónica, llorando porque tenemos que esperarnos un año para la otra. Desayunamos pensando en la cena.
Y no es que no haya que planificar lo que queremos para ese espejismo que llamamos futuro. Lo debemos hacer para no quedarnos a la deriva. Pero no a costa de no vivir lo que planeamos. De no apreciar lo que hemos logrado.
Los domingos hacemos actividades en familia que nos sacan de la cama temprano y apurados. Los niños igual se despiertan, así que también ese día hay que aprovechar. Pero hoy, la niña se me vino a meter entre las sábanas y se durmió mucho. Al trasto los planes. Por un momento me estresé. Pero logré dominar ese impulso y la abracé. También eso es parte del plan.
