Si mi mamá estuviera viva, no habría vuelos suficientes para traerle cosas de Temu. Bromeaba diciendo que ella era “caca miro, caca quiero, y hasta la que no miro quiero”. Testigo de eso son un sinfín de aditamentos culinarios que no estoy muy segura para qué sirven.
Hay un impulso inherente por adquirir cosas, sobre todo si creemos que otros las tienen. Tal vez es una necesidad de parecerse a los demás, o una creencia atávica de que el otro tiene algo que nos va a servir a nosotros. La comparación es la madre de la infelicidad y el motor de la industria de la moda, la belleza y todas las otras que nos llenan las vidas de cosas no necesariamente útiles. Pero bonitas.
Yo me he logrado contener loablemente en mis consumos de Temu. Apenas tengo un espumador de leche (que uso todos los días para hacerme un capuchino) y una mascarilla de luces LED. Mi lógica es que me estoy ahorrando el viaje a la cafetería y una futura cirugía… Creo que tengo la misma aflicción que mi madre, aunque en menor grado.
