Acabo de escuchar que el amor incondicional entre padres e hijos es de dos vías. Lo he visto, sobre todo cuando los padres no son los mejores; los hijos se desviven por tener su atención y cariño. Pero bajo circunstancias normales, la balanza se debería ver inclinada del otro lado. Uno los quiere, a veces hasta demás.
Algo debe haber más allá de la biología. Porque mantenemos lazos estrechos de familia mucho después que son independientes. Sus triunfos nos enorgullecen y alegran. Sus penas nos duelen más que las propias. Uno sufre ajeno, pero porque no son ajenos, son propios.
Nada mejor que ver a los hijos probar el mundo con sus primeros eventos. Hasta las primeras roturas de corazón. No es que me guste verlos sufrir, simplemente acepto que eso es lo que tiene que suceder y me siento a esperarlos con un buen abrazo. Yo no puedo hacer que la vida no les duela, pero sí puedo estar siempre. Incondicional.
