«Mi» cama, le digo ilusa al mueble que me comparten amablemente los gatos. Porque ese lugar, si por el uso se mide, es más de ellos que mío. Y, por supuesto que lo digo con la envidia saliéndose verde de mis ojos. Los veo allí, a los tres, aplastados como si hubieran perdido los huesos entre las sábanas. Ninguna otra criatura se mira tan en paz como un gato durmiendo.
¿Será que hay que perder la parte rígida para estar completamente relajado? ¿Dejar que la mente se hunda y pierda su forma para estar en paz? Seguro que no ayuda darle vueltas al mismo pensamiento, una y otra vez. El hámster también necesita descanso. Supongo que no se trata tanto de poner el cerebro en off, porque ése nunca descansa. Sino guiarlo a que se ocupe en la «nada» que estamos haciendo cuando tratamos de relajarnos.
Lograr esa paz es cuestión de toda la vida. Al final del día, llevamos a nuestro propio reloj con alarma de «urgente» entre las dos orejas y pelearse contra uno mismo es tan complicado como pegarle a la propia sombra sin salir lastimados por una pared.
Tal vez confundimos la paz con debilidad. Eso seguro me pasa a mí. Luego veo a uno de estos invasores llegar de un salto al filo de una ventana varias veces más alta que ellos y dejo de pensarlo.
