Le puse la palabra «fin» al pie de la página de un libro que he gestado en dos años. Linda palabra, pequeña, portentosa, una buena mentira también. Siempre hay cosas que vienen después del fin, aunque sea la nada, porque la nada existe.
Cuando uno se da cuenta que las relaciones no terminan, que las llevamos con nosotros porque son parte de nuestra historia, que podemos sacarlas de la caja del recuerdo y examinarlas, entendemos que los «adioses» tienen sólo un valor simbólico. Todo lo que nos toca, nos acompaña, sin importar si está físicamente allí. Las palabras de nuestros padres, la mirada del amante, el dolor del rompimiento. Se acumula en el pozo que llenamos, no de monedas para hacer deseos, sino de la memoria de nuestra vida. Sacar el cubo de allí y beber la pócima que nos hace recordar es un hechizo.
Me gusta decir adiós y poner la palabra fin y decir «ya estuvo ya», porque me hace creer que puedo continuar. Lo de antes y lo de ahora y lo que vendrá es el paisaje y yo voy caminando, pero están allí para siempre. Cuando te vayas, dime adiós. Aunque te lleve conmigo.