Segundas oportunidades

Yo creía que mis papás eran estrictos. Hasta que tuve mis propios hijos y entendí la virtud de las reglas. Soy mucho más abierta en las cosas que dejo que hagan, sería difícil ser lo contrario, pero algo sí conservé: una vez puesto un límite, no se mueve.

La belleza de tener reglas claras y conocidas, es que uno sabe qué pasa si las rompe. A veces, vale la pena la insubordinación y uno se traga la consecuencia, puede que no sea con felicidad, pero sí con la satisfacción de haber tomado una decisión informada. Eso aplica para cualquier tipo de sistema y para cualquier tipo de normas. En general, es más difícil aprenderse las sociales, porque no están escritas y cambian un poco, pero para eso servimos los mayores que ya hemos navegado esas aguas y podemos guiar en dónde están los escollos.

Creo en las segundas oportunidades, por supuesto. Pero estoy convencida que no se pueden otorgar sin hacer que el infractor reciba el resultado de su ofensa. Porque se da la impresión que la regla sirve de adorno y que se premia al que no la sigue. Suena duro, pero es uno de los actos de amor más grandes que he aprendido con mis hijos. De nada les sirve que yo no los eduque.

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