Satisfacciones transitorias

Sentarse hoy a editar el artículo que va a salir en tres días me requiere mucha disciplina. Me fascina tanto procrastinar que lo dejaría para mañana. Pero no, allí lo tengo listo. Igual no me termino la tableta de chocolate, ni dejo de correr cuando me falta la mitad, ni un montón de cosas que verdaderamente me incordian. Así mismo obligo al niño a que haga el deber del viernes desde el martes que se lo dejaron. Pocas cosas valen la pena más el corto plazo que el largo.

Pero también hay que vivir el presente. Si no me como mi chocolate hoy, mañana ya no sirve. ¿Y entonces?

Me cuesta lidiar con eso de la toma de decisiones, porque siempre quisiera estar segura de no equivocarme. Y me repudre tener la certeza que siempre voy a equivocarme en más de algo. Lo sufro más con mis hijos. Querer consentirlos hoy contra educarlos para el mañana me desgarra por dentro. Quisiera dejarlos hacer lo que les guste en todo, apapacharles cada uno de sus berrinches y guardarlos de todo lo malo. Y arruinaría a dos seres humanos.

Pareciera que la vida nos pide ser un poco más duros de lo que nos gusta. Forzarnos un poco más de lo que creemos que nos dan las fuerzas. Privarnos un poco más de lo que nos piden los gustos.

Crecer y ser un humano presentable me cuesta cada día que salgo de la cama. No siempre lo logro. Y muchas veces caigo en hacer lo que quiero ahorita, sin acordarme que hay un mañana. Mañana me toca tragarme las consecuencias.

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