Ruidos que no son míos

Estoy sentada con la ventana abierta y, aunque en mi cuadra no pasan muchas cosas, se escucha un murmullo por debajo constante de carros y perros y personas. Es el sonido en el fondo de nuestras vidas en la ciudad, un retumbe puntualizado por aviones, bombas de iglesia, camiones de basura, música, más todo lo que nosotros le agregamos con videos en el teléfono, televisión, etc. Si uno le pone demasiada atención, aturde.

Hay lugares en el mundo en donde no hay ruido. Ni la brisa entre los árboles. Y los seres humanos no aguantamos mucho allí. Pareciera que estamos diseñados para lidiar con ese estímulo sensorial constante. Las cámaras con agua en donde la gente se mete para estar completamente aislados, no pueden quitar del todo los sonidos y, aún así, la gente alucina allí adentro, porque el cerebro crea su propio entretenimiento cuando no lo consigue afuera. Y por eso mismo es tan importante darse un respiro de cosas externas, el aburrimiento es precursor de la creatividad.

Mientras escribo esto, ya sonó la chicharra de un camión retrocediendo, algo que parece una ametralladora, una banda marcial practicando y, si le pongo atención, pajaritos. Creo que voy a poner música.

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