Nada como el tiempo
para demostrarnos que todo es relativo
que podemos medirlo con un reloj
y aún así sentirlo diferente.
Los sesenta segundos que pasan
cuando se esperan malas noticias
se arrastran por el cuerpo desgarrándonos.
Y luego vuelan en el viento
cuando nos divertimos
escapándose como conejos.
O sentimos la completa
flexibilidad de unas horas
si de noche el sueño nos vence.
Creer que el tiempo es nuestro
porque lo podemos ver dar la vuelta
agarrado de las manecillas del reloj
es creer que tenemos vida
sólo porque existimos.