Perder la Vergüenza

No conozco a un niño que no aprenda a caminar porque le da vergüenza caerse. O a hablar porque le de pena no decir bien las palabras. Ponerse a bailar frente a la humanidad entera sin sentido del ridículo es propio de cualquier piñata. Tampoco conozco un adolescente que no le de pena respirar diferente.

La pena a hacer el ridículo me ha impedido hacer muchas cosas. Tal vez no sea eso tan malo, con tantos ejemplos de personas poniendo sus miserias en vitrina para que el mundo entero se burle de ellas. Pero, ¿y si fuera mejor dejarse ir así, sin vergüenzas por la vida?

Para hacer bien algo nuevo hay que pasar por hacerlo mal. Muy mal. Muchas veces. Hasta que un día hay un ¡clic! Y todo funciona.

La vergüenza sirve para no hacer cosas malas. Pero la deberíamos perder para  todo lo demás.

Con el tiempo y los años (que aún no me traen canas), he aprendido a guardar el miedo al ridículo. Disfruto como niña tener el pelo pintado de morado y devolver mirada por mirada la de la vieja fufa que no falta en verme feo. Ella se lo pierde.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.