Los placeres olvidados

Acabo de encontrar una receta para hacer helado sin necesidad de máquina que es una maravilla. La hacía seguido hasta hace poco y por razones de vanidad la dejé de hacer. Hasta se me había olvidado que la tenía. Como cuando ha pasado mucho tiempo de encierro y uno sale a recibir el viento en la cara y el sol en la espalda. O un beso en la mejilla en un momento de distracción.

Vivir es luchar. Eso es cierto, sin duda. Hasta el respirar conlleva un acto de esfuerzo. Y está bien que así sea. Las cosas necesitan que les pongamos de nuestro ser para hacerlas nuestras. Una comida preparada con cariño sabe mejor que cualquier cosa comprada, por ejemplo. Pero no todo es una carga qué llevar de un lado al otro. No somos seres sin propósito. O no deberíamos serlo.

Tener la capacidad de apreciar el color azul imposible de un cielo que no sabe si deja aún salir al sol por la mañana. Agradecer el trago de agua fría que refresca por dentro en un día bochornoso. El sabor de un beso que ya conocemos, pero que no hemos reconocido.

A veces, el esfuerzo que hay qué hacer es en recordar las cosas que nos traen placer. Y lograr tenerlas. Sorprendentemente, suelen ser sencillas y sólo están esperando que las veamos. O las hagamos. Como el helado, que no podría ser más fácil de hacer.

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