Hacer una receta implica estar seguro del resultado, o al menos tener una expectativa razonable del mismo. Si a uno le gusta un pastel, lo vuelve a hacer una y otra vez para que salga igual porque a uno le gusta así. Eso tiene su encanto: la felicidad de lo conocido. Pero… si uno es completamente rígido y jamás se sale de las recetas, ni se entera que hay una gama infinita de posibilidades que pueden gustarle a uno también.
Es muy común ahora que la gente lleve una agenda detallada, o una pizarra de visión o haga visualizaciones con lo que quieren para el futuro. Hay una cierta satisfacción de poder imaginarse qué, cuándo y cómo quiere uno su futuro. Y está bien. Es un faro que nos da una luz hacia dónde enfocarnos. Pero el camino hacia él rara vez es como lo pensamos y más nos vale estar preparados para lo desconocido.
Hoy me voy a hacer el pie de melocotón que me hacía mi mamá. Pero no tengo su receta. Así que lo trataré de recordar, sabiendo perfectamente que no me va a quedar igual y dejando ir la expectativa. Porque igual me va a gustar.