Cuando siento cosas que me parecen «raras», casi siempre pienso que soy a la única a la que le suceden. Luego me disparo una pregunta al aire, o sea, escribo un tuit y recibo varias respuestas de gente que dicen que les pasa lo mismo. «¿Será que sólo yo detesto tener los dedos de los pies mojados?» «¿Soy yo a la única que le cuesta recomendar música?» «¿Sólo yo miro mi reflejo en la vitrina antes que lo que está expuesto?» «¿A alguien más le duele el corazón cuando se siente feliz?»
La vida sólo se puede experimentar en uno. En ese sentido, todas las cosas que nos suceden son únicas, porque sólo nos pasan a nosotros. Pero resulta que las mismas vivencias se repiten en más de otra persona, quien las adapta a sí mismo. Las cosas son universales y específicas, comunes y únicas, objetivas y personales. A mí eso me hace sentir acompañada de una humanidad que tal vez puedo entender. Saber que comparto el mismo gusto musical con una persona a la que nunca he visto, me acerca automáticamente, por lo menos en ese plano. Tener una anécdota similar me hace sentir acompañada.
Los puntos en común nos aproximan y nos dan referencias que son fáciles de entender. Y, aunque nunca podemos perder de vista que por muy parecidas que sean nuestras historias, cada una es única, el hecho de sentirse identificado con alguien más amplía nuestro universo. No hay prejuicio que se sostenga cuando reconocemos un mismo sentimiento, idea, emoción, en la otra persona. ¿Cómo puedo menospreciar a alguien con el que comparto vida?
Aunque tuviera una gemela, jamás tendríamos el mismo camino recorrido. Eso me hace única. El hecho de encontrar gente que comparte algunas de mis experiencias me hace parte de la humanidad. Y saber que a muchas otras personas les disgusta tener mojada la punta de la nariz, me da la paz de saber que no soy (tan) rara.