Tiendo a conservar ropa durante mucho tiempo. Décadas, en algunos casos. Me cuesta desprenderme de las cosas que me traen recuerdos y todo me trae recuerdos. Allí está mi blusa favorita con un par de hoyitos que olvidó convenientemente hasta que la tengo puesta. O los jeans de hace 20 años contra los que me mido.
Lo cierto es que las cosas, en sí, no valen nada más que lo que les ponemos de pátina. Y está bien, hasta donde podemos quitarlas porque ya no sirven y no sufrimos. Es lo mismo con el maquillaje y los peinados. Llega el punto que la nostalgia no nos favorece.
Tal vez saque todas esas t-shirts que no uso. O las haga trapos de cocina. Y la que tiene hoyos… seguirá guardada.