Recientemente vi un estudio que indica que tener arregladas las manos, con las uñas bonitas, generalmente pintadas, tiene un impacto gigantesco en la forma en la que nos sentimos acerca de nosotros. El estudio está enfocado a mujeres, pero creo que la razón aplica para todos: de nuestro cuerpo, las manos es lo que más frecuentemente nos miramos y lo que mejor representa las cosas que hacemos. Los callos, las uñas comidas, las manchas de la edad… Es fácil ocultarnos del mundo, hasta que enseñamos las manos.
Cuando no existían los espejos (ni hablemos de las fotografías), nuestra imagen de nosotros mismos venía distorcionada por el movimiento de la superficie que nos reflejara. Probablemente nuestra identidad y autoimagen tenían mucho más qué ver con nuestra correspondencia con el grupo y el resto del cuerpo que nos pudiéramos ver, que con nuestra cara. Ahora el rostro suplanta todo eso y se vuelve en lo más importante. Tal vez antes era más fácil perderse dentro de un grupo, sentirse parte integral de él. O tal vez le poníamos igual de importancia a lo que sí nos podíamos ver con claridad que ahora a la cara.
Trato de tener ahora las uñas arregladas, me gusta verlas pintadas y lo hago yo como parte de un pequeño autocuidado. En vez de simplemente masacrarlas con un cortaúñas, las limo. Y me dio cuenta que me crecen torcidas… Ni allí puede uno sustraerse del todo de la autocrítica.