Las percepciones de nuestra vida

Siempre me he preguntado si el rojo que yo miro es el mismo rojo que mira otra persona o si a lo que yo le digo rojo él lo mira como a lo que llamo azul. También siempre he llegado a la conclusión que importa poco, mientras ambos le digamos de la misma forma a lo mismo, aunque lo percibamos diferente.

El problema con el lenguaje humano es que no es un simple sistema de símbolos. Es un entramado complejo de cosas, sensaciones, sentimientos, representados por palabras que pesan mucho más que las letras que las conforman. Así, para mí una flor puede ser una flor, pero para alguien más puede representar la última vez que vio a su perro que se comió una flor venenosa y se murió. Qué sé yo.

Y allí va uno por la vida, cargando toda esa maleta de percepciones propias acerca de la realidad que nos rodea y que tenemos que lograr compaginar con las percepciones de todo el resto del mundo. La forma en la que nos afectan ciertas palabras tiene más qué ver con lo que llevamos dentro que con los hechos concretos que nos suceden. Caminamos un filo delgado entre lo que debemos entender que sólo pasa en nuestra cabeza y lo que realmente nos afecta y no podemos tolerar.

Llamarle a las cosas con el mismo nombre y darles un significado diferente, es el principio del rompimiento de cualquier relación. Así se han comenzado muchas guerras. Al final del día, ¿qué más da? Yo puedo llevar mi percepción conmigo y seguir funcionando en el mundo de afuera. O, por lo menos, eso trato.

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