Jugar con uno mismo

Esperar que alguien juegue con uno es una de esas frustraciones de la niñez. Yo fui hija única y era rara la ocasión en la que tenía con quién compartir mis juegos. El resultado es que aprendí a disfrutar de actividades solitarias, como la lectura. Y que tengo comportamientos un poco desesperantes entre un grupo.

Los humanos tenemos necesidad de vivir en sociedad para sobrevivir como especie. Desde siempre hemos existido en grupo de aproximadamente cien personas, dividiéndonos el trabajo y compartiendo penas y alegrías. Hay estudios que demuestran que somos más felices y colaboradores en este tipo de sociedades. Cuando llegamos a la urbes inmensas, nos vemos constantemente rodeados de personas, pero nos sentimos más solos. Es una cuestión de pertenencia y conocimiento. Pocos lazos afectivos puedo pretender establecer con miles y miles de personas a las que apenas vislumbro entre la muchedumbre.

Y allí es donde tenemos que violentar un poco nuestra naturaleza tribal y buscar en nuestro interior la compañía que siempre tenemos: la de nosotros mismos. Estar preparados para pasar satisfechos, aún estando solos, irónicamente nos abre a establecer mejores relaciones con otras personas.

A mí todavía me cuesta esa transición. Me siento cómoda estando sola, me cuestiono constantemente qué tan mal le estoy cayendo a la gente a mi alrededor. Lo bueno es que, poco a poco, he encontrado gente fantástica que está dispuesta a tenerme paciencia. Para todo lo demás, juego sola.

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