Hablar con nadie

Paso mucha parte de mi día en silencio. Bueno, sin hablar con alguien, porque mi mente pocas veces está callada, por eso hago meditación. Pero en realidad, mis interacciones son pocas y las aprovecho cuando las tengo. O sea, hablo mucho cuando puedo. Creo que es la costumbre de la relación que tenía con mi mamá; podíamos estar juntas cosiendo y viendo los partidos de básquet sin hablar y luego pasarnos la noche entera sin callarnos. Me hice el hábito de llamarla cuando pasaba cualquier cosa interesante en el mismo momento, porque después se me olvidaba.

La vida está llena de pequeñas cosas que valen la pena compartirlas, pero que no lo hacemos porque son pequeñas, por tontos. Un sentimiento, algo divertido, una idea, todo eso que nos va llenando el día y que nos alimenta. Allí está el secreto de la cercanía. Uno pensaría que es con las cosas totalmente trascendentales, pero no. Es comentar de lo fácil que fue pasar en el tráfico, o de la comida genial, o de haber visto a alguien, o de pensar en la otra persona.

Con mi mamá teníamos de broma estándar el hecho que haya tantos comercios con el mismo nombre. Hace poco vi una zapatería que lo llevaba y tuve el impulso de llamarla. Ella lleva muerta hace casi 19 años, así que la comunicación se dificulta. Pero igual le conté. Porque, aunque no hablo con ella, sé que me escucha.

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