Jugar al escondite es siempre una aventura. Es exactamente buscar a alguien y estar dispuesto a encontrarlo donde sea. Aceptamos que el otro no está en un lugar fácil, incluso que no quiere que lo veamos. Pero igual hacemos el esfuerzo. No deja de ser un buen juego y todo el mundo termina junto.
Algo así nos toca a veces con las personas que queremos. Los tenemos que ir a encontrar en donde están. Eso implica recogerlos de lugares y situaciones difíciles. Y, si es demasiado el encierro, a veces toca aceptar que uno no tiene por qué rescatar a alguien que no quiere. El juego de niños se vuelve un poco un ejercicio en aceptación. Y está bien. No siempre estamos en nuestro mejor momento y es bueno identificarlo en los demás.
Creo que a mí no me cuesta tanto salir a buscar como aceptar que alguien no quiere ser encontrado. Y allí sólo toca, si vale la pena, esperar a que se canse solo y salga.