Tengo dos años de hacer karate. No es nada y, si se trata de poner como meta la cinta negra, me queda más del doble. Pero esa no es mi meta, aunque obvio que quiero llegar a esa cinta. Lo que yo más quiero es hacer bien un zuki con paso. Es el movimiento más básico del deporte: un golpe de mano dando un paso con el pie del mismo lado. Suena tan sencillo. Y luego muevo mal el pie de enfrente, no hago bien la reacción, no desarrollo el brazo…
Podemos hacer miles de cosas y hasta nos pueden quedar aceptables. Pero hay una satisfacción especial en hacer una cosa perfecto. Hasta un avioncito de papel hecho con cuidado y que logre volar lejos es un aporte al mundo. Porque todo lo que hacemos repercute de buena o mala forma en nuestras vidas. Y uno puede guardar como algo especial la satisfacción de ser excelente en algo.
Ni siquiera nuestras habilidades determinan en dónde vamos a tener excelencia. Irónicamente, mientras más fácil nos salen las cosas, menos empeño les ponemos y nos conformamos con hacerlas «bien».
Yo no quiero hacer algo sólo «bien». Yo quiero hacer mi oi zuki perfecto. Todas las veces. Y para eso me sirve la necedad que pelea contra mi falta de talentos naturales. Me queda mucho tiempo para ejercer esa virtud.