El premio es para…

Hago yoga en mi clóset. Con un app. Creo que es de las rutinas que más me cuesta mantener, porque lo hago al final del día y las excusas se me ponen en fila. La más evidente es que ya estoy cansada. Pero no me meto a un estudio porque, cuando logro hacerlo, me encanta no tener a nadie con quién compararme. El espíritu competitivo me posee siempre y es de los que más me cuesta amarrar.

Las competencias, con sus premios y primeros lugares, sirven para divertirse, para establecer marcas intrascendentes, para vender anuncios durante los juegos. Están bien, hay gente que vive de eso. Pero tienen poca relevancia un martes por la tarde en la vida de la mayoría. No estoy abogando por darle una medalla a todo el mundo, si compites o ganas o pierdes. Punto. Pero eso no debe ser el fin último.

He aprendido a hacer varias poses de yoga en mi soledad que no sé si hubiera logrado con más gente. Porque sigo compitiendo, pero contra mí misma y lo hago para ser mejor, no sólo para aparentarlo. No dan premios por eso, más que la satisfacción que me queda. Y eso es suficiente.

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