Un domingo cualquiera, te levantas a las ocho de la mañana con la sensación que el mundo te dejó atrás y que no quieres correr a alcanzarlo. Los niños están abajo viendo tele (ya te levantaste una vez a las cinco de la mañana a darle medicina a la niña y agradeciendo que sólo faltan cuatro frascos más de un tratamiento que tal vez funciona, tal vez no, pero que igual te tiene ilusionada) y no han hecho mucho ruido. Haces el desayuno sin encontrar el tocino (estaba hasta el final de la repisa de arriba, lo vi al sacar la cerveza del domingo). Todos comen lo que hiciste, primer desayuno que hacemos todos juntos desde hace ratos. El niño no quiere salir, la niña sí, tú te asoleas, haces una idiotez, el hombre está en alguna parte de la casa, recuerdas que hay procesiones y no se puede salir de tu casa sin entrar al agujero negro que es el tráfico sin orden. Estás amarilla porque al fin te pusiste la mascarilla de cúrcuma, no vas a salir, no importa.
Es un día en el que no pasa nada, pides comida china, ves tele sin sentido, hablas poco, tratas de escribir mucho, no logras nada y el mundo se sigue alejando del lugar en el que estás. Sabes que va en trayectoria circular y te va a agarrar al regreso con el lunes en todo su esplendor.
Los días en que no pasa nada, ves realmente cómo es tu vida y si te gusta.
Me gusta.
