Mi mamá me regaló un anillo cuando me gradué. Lo usé todos los días durante diez años. Lo dejé de usar. Lo volví a usar. Lo dejé de usar. Ahora lo tengo puesto. Pero en todos esos años, no he dejado de recordar a mi mamá. Las cosas pueden servir de apoyo emocional, pero nunca hay que confundirlas con el verdadero sentimiento.
Los humanos tendemos a imbuirles propiedades especiales a las cosas, cuando no las tienen intrínsecamente. Los amuletos, las pitas, las reliquias… todo tiene simplemente el poder que le damos. Y no es que eso sea malo, pero tampoco debemos confundirnos: los que tenemos la importancia somos nosotros mismos. Un poco como la pluma de Dumbo (y quien no se acuerde de eso, es porque tiene menos de 45 años). Está bien tener símbolos que representen momentos especiales. No está bien confundirlos con lo esencial.
Me encanta mi anillo. Pero no traiciono el recuerdo de mi mamá no poniéndomelo siempre.