A mi papá le encantaba tomar Coca-Cola y comer dulces ácidos. Y decidió que yo tenía que compartir sus gustos. Atosigó a mi pediatra hasta que le dio permiso de darme coca en pacha y amarrar pastillas Salvavidas con hilo dental para poder sacármela de la boca antes de tragármela y ahogarme. Ambos gustos me acompañan hasta hoy, aunque tengo años de no comer dulces.
Los recuerdos, pero aún más los hábitos, nos unen a los que ya no están. Son los rituales privados que nos acercan y que nosotros mismos transmitimos a los que siguen. En todas las familias pasa, en los sabores de las comidas, los horarios, los gustos en películas, las expresiones y hasta los gestos. Nos marcan como parte de una tribu tan eficazmente como tatuajes y los mezclamos cuando hacemos nuestra propia familia, uniendo lo propio con lo ajeno y metiéndole nuevas cosas.
No les di Coca a mis hijos de bebés ni compro dulces. Pero sí comemos helados y poporopos y vemos pelis con muchos disparos. Me gusta que se sepan parte de un pequeño pedazo de humanidad que viene de muchos otros y que se sientan en la libertad de hacer los suyos, con o sin mis costumbres. Pero, espero, con buenos recuerdos.